sábado, 2 de febrero de 2013

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
III Jornada de la vida consagrada
Martes 2 de febrero de 1999
1. «Luz para alumbrar a las naciones» (Lc 2, 32).

Presentación del Señor
El pasaje evangélico que acabamos de escuchar, tomado del relato de San Lucas, nos recuerda el acontecimiento que tuvo lugar en Jerusalén el día cuadragésimo después del nacimiento de Jesús: su presentación en el templo. Se trata de uno de los casos en que el tiempo litúrgico refleja el histórico, pues hoy se cumplen cuarenta días desde el 25 de diciembre, solemnidad de la Navidad del Señor.
Este hecho tiene su significado. Indica que la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo constituye una especie de bisagra, que separa y a la vez une la etapa inicial de su vida en la tierra, su nacimiento, de la que será su coronación: su muerte y resurrección. 
Hoy concluimos definitivamente el tiempo navideño y nos acercamos al tiempo de Cuaresma, que comenzará dentro de quince días con el miércoles de Ceniza.
La Iglesia vive del evento y del misterio. En este día vive del evento de la Presentación del Señor en el templo, tratando de profundizar en el misterio que encierra. En cierto sentido, sin embargo, la Iglesia ahonda en este acontecimiento de la vida de Cristo cada día, meditando en su sentido espiritual. En efecto, cada tarde, en las iglesias y en los monasterios, en las capillas y en las casas, resuenan en todo el mundo las palabras del anciano Simeón que acabamos de proclamar:
«Ahora Señor, según tu promesa
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
 Porque mis ojos han visto
a tu Salvador, 
a quien has presentado
ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel»
(Lc 2, 29-32).
 Así oró Simeón, a quien le fue concedido llegar a ver el cumplimiento de las promesas de la antigua alianza. Así ora la Iglesia, que, sin escatimar energías, se prodiga para llevar a todos los pueblos el don de la nueva alianza.
En el misterioso encuentro entre Simeón y María se unen el Antiguo Testamento y el Nuevo. Juntamente el anciano profeta y la joven Madre dan gracias por esta Luz, que ha impedido que las tinieblas prevalecieran. Es la luz que brilla en el corazón de la existencia humana: Cristo, el Salvador y Redentor del mundo, «luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel».
Amén.

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